Hoy en día, cuando escuchamos la palabra Castilla, nuestra mente evoca lugares llanos y amplios. Fríos en invierno y calurosos en verano. Un puzle de comunidades que no sabemos muy bien cómo encajar en el orden correcto.
Si investigamos un poco más, Castilla mutará y pasará a sugerirnos paisajes más verdes, grandes cascadas, joyas románicas esperando ser descubiertas entre pequeños pueblos…
Las Merindades de Burgos guardan secretos tan escondidos como el que te contamos aquí: fue en el desaparecido monasterio de San Emeterio de Taranco de Mena donde el término “castilla” se escribió por primera vez.
El 15 de septiembre del año 800 el abad Vitulo se disponía a donar unos terrenos. Para dejar constancia de la cesión debía redactar un documento notarial, más tarde conocido como Diploma de Taranco.
«Ego Vitulus abba, quamuis indignus omnium seruorum dei seruus […] fundauimus ipsam basilicam in ciuitate de area patriniani in territorio Castelle.»
«Yo, Vitulus el abad, aunque indigno de todos los siervos de Dios […] fundé la basílica misma en la ciudad del área Patrinia en el territorio del Castillo».
Es en este documento donde aparece, por primera vez y de forma testimonial, la palabra latina Castelle para designar el territorio. Palabra que ,desde ese momento, quedaría asociada a estas fortificaciones, si bien, en aquella época eran muy sencillas. Solo las formaba un torreón o atalaya vigía.
El testigo de este suceso histórico fue el desaparecido monasterio de San Emeterio de Taranco en el Valle de Mena (Burgos), donde actualmente se erige un monumento conmemorativo.
A pesar de que algunos investigadores consideran apócrifo este documento, todos los años, el 15 de septiembre, se rememora el Día del Nombre de Castilla con una romería popular.
En el siglo VIII, cuando tuvo lugar la donación del abad Vitulo, las Merindades aún no existían. Fue a mediados del siglo XII cuando el rey Alfonso VIII decidió reformar la gestión de los territorios. Durante una visita a Medina de Pomar, en busca de un sistema más eficaz de organización, dio vida a las merindades.
Hasta entonces, las tierras se administraban en forma de agrupaciones de aldeas: los alfoces. Alfonso VIII rediseñó la gestión dando paso a este sistema de municipios, que deben su nombre a los merinos, representantes directos del rey, que los dirigían. Las siete primigenias Merindades de Castilla la Vieja dieron lugar al primitivo condado castellano.
Las Viejas Merindades conservan un riquísimo patrimonio románico (aquí puedes descubrir 4 joyas imprescindibles). Es una de las zonas de España con mayor presencia de este tipo de edificaciones. En total, suman más de 90 las localizaciones que los siglos XI, XII y XIII salpicaron de arte románico.
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